viernes, 30 de diciembre de 2011

3.

Hoy caí en la cuenta de algo muy importante: todo cambia. Tal vez sea de aprendizaje lento, o es que me lo repitieron tantas veces que perdió significado. Cada día cambia, pero hoy cambió todo. 
Este año presencié situaciones traumáticas que dejan a uno triste por días. Tuve que ver gente muy querida sufrir, algunos a lágrimas y otros a silencios. Sufrí por ver sufrir.
Mientras hacía milanesas con mi mamá, me di cuenta que en este año aprendí de verdad lo que es la inseguridad. No me refiero a la inseguridad de que venga un pibe chorro y te afane el celular, sino a la inseguridad del alma. Un día te va bien en la facultad, al otro no. Un día estás de novio, al otro no. Un día tenés a tu papá, al otro no. Antes no le tenía miedo a la muerte, pensaba que era para miedosos, pero este año me cambió, o yo cambié en el año...
Mi parte positiva sigue viva, por suerte. Lo que más aprendí en toda mi vida fue el saber que tengo gente que me quiere, y este año lo sentí más que nunca. Y aunque al rededor todo cambia y se vuelve inestable, esa gente nunca se va a ir.
A medida que cambia la vida, cambio yo, y por suerte me puedo tomar las cosas de una manera pacífica. No me puedo quejar de la vida ni del mundo, porque su simple y entera característica es la de cambiar, constantemente, para que siga esa misma vida. Es un círculo interminable en el que todos siempre vamos a vivir. 
Y mientras miro mi entorno, me pongo a pensar:
Sea tarde o temprano, necesario o no, implícito o repentino, cada cambio va a ser más fácil de procesar, con dos simples palabras: Te quiero.
Decir te quiero ayuda, fortalece, sostiene a la otra persona. Y eso cambia todo.

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